Cuando entraban en combate los caballeros iban protegidos por una armadura de metal. Las armaduras se colocaban por todo el cuerpo (pecho, brazos, espalda, piernas, pies), eran muy pesadas, de modo que los caballeros necesitaban la ayuda de sus escuderos para vestirse y subirse en los caballos. Y una vez que se caían no podían montarse de nuevo.
Si la armadura sufría daños durante el combare y quedaba deformada, para poder quitársela, el caballero tenía que acudir a un herrero para que le devolviera su forma original.